Voy
a seros sinceros; llegué al cine con muy pocas esperanzas. Había
leído un
par de críticas favorables en algunas webs, pero uno nunca puede
fiarse de las opiniones de
algún cualquiera en internet.
Y,
no nos vayamos a engañar, si
en España no somos capaces de ser críticos con nuestro gobierno,
difícil
veo que vayamos
a esforzarnos en
serlo con
una película.
Pero
dejando todo esto al margen, salí contento del cine.
La
película nos pone en la piel de cuatro ladronzuelos venidos a más
de la paliada ciudad de Detroit. Nos los presentan con una razonable
historia de vida de delitos menores, hermanos pequeños desatendidos,
una mala madre alcohólica… Dado el contexto socioeconómico de la
ciudad, se me pareció acertado.
Si
no lo sabéis, a Detroit acudieron por allá los veinte gran cantidad
de mano de obra a trabajar en la creciente industria automovilística.
Llegó el Crack del 29, muchas empresas se trasladaron a otras
regiones, dejando un gran sector de población de Detroit sin
trabajo. Esta es el que acabó formando parte de lo que se conoce
común y decalificativamente como marginal.
Hecho
ya el apunte histórico del día, seguimos con la trama.
Pues
este grupo, descendiente al menos dos de las familias de estos
sectores de la población (como bien vemos con la familia de la
protagonista, un hogar desestructurado de manual) se dedican a robar
a gente bien situada en la ciudad; joyas, algunas piezas de arte y
demás.
Bien,
bien. Creo que el concepto Robbinhoodiano (sí, me acabo de inventar
esta palabra) de robar a las ricos para dárselo, bueno, quedárselo
los pobres no desagradará a nadie. Al menos a mi no, seguramente
debido a mis opiniones políticas, sobre las que no entraré, pero de
las cuales ya podéis iros haciendo una idea.
Pero
la trama avanza y pronto se plantea el primer dilema moral que nos
plantea el argumento. Puntualizar que, lo harán en diversas
ocasiones y con una perspectiva más humana y no idealizada. Más
allá del dilema moral hollywoodiense de soy el bueno y decido si
mato al malo por el bien común o lo meto entre rejas con el peligro
de que escape. ¿Ya vale, no?
Como
decía, dejan la resolución de estas problemáticas morales a juicio
del espectador, un punto que me sorprendió gratamente.
Bien,
pues este primer dilema es el siguiente; robar en el hogar de un ex
militar cegado en combate.
Vale,
un momento. Dejemos de banda el moralismo un segundo. ¿De verdad
vais a entrar en la vivienda de un ex militar? Está ciego, todo lo
que queráis pero, ¿En serio? Quede
claro que no acuso a un fallo de guión, sino que simplemente me
pareció divertido. Bien es cierto que los ladrones de este nivel
suelen ser bastante chapuzas. No sé si alguien ha visto el viral de
Youtube “Ladrón captado por cámaras de seguridad”, pero os
haría una buena idea.
Aún
así me pareció interesante, sobretodo cuando, lógicamente, la
versión de hulk invidente empieza a repartir somantas de palos a los
ladronzuelos en cuanto los tiene cerca.
A
partir de este punto, aunque me encantaría seguir debatiendo sobre
los sucesos acontecidos en (SPOILER que ya conocéis)
el interior de la casa del anciano invidente, me limitaré a comentar
asiladamente matices de la película.
Uno
de ellos es el trabajo aceptable que actores, productores y
guionistas fueron capaces de hacer con tan poco presupuesto. No me he
molestado en contrastar la cantidad exacta, pero ya os aventuro que
podría ser prácticamente la de una lujosa obra de teatro. Unas
lentillas para el anciano (con muy buen resultado, ciertamente parece
ciego), efectos de disparos y puñaladas y et
voilà.
A excepción de momentos puntuales, no se hace muy lenta ni pesada.
En resumidas cuentas, el film consigue una atmósfera de tensión
constante. La figura del anciano (interpretado por el marvado
de Avatar,
Stephen Lang), es deshumanizada acertadamente para crear un ser que
aunque humano, se
sirve de olfatear
a sus víctimas y
escucharlas.
Privado de la visión, con una fuerza terrible y una puntería
envidiable para cualquier persona que no puede apuntar (si la veis,
esta afirmación tendrá sentido), el anciano desgraciado y solitario
se convierte dentro de sus dominios en una fiera implacable, de la
que los desventurados ladronzuelos solo pueden esconderse y rehuir en
un juego que
invierte el orden jerárquico de los sentidos: ahora es del sonido de
lo que deben guarecerse.
Debo
destacar el excelente uso de los silencios, arma que esgrimen los
protagonistas y bajo la única que lograrían salir de esa casa.
Ciertamente, la película contagia esa necesidad de no mover un solo
músculo en la butaca, no fuera que el anciano nos escuchara. El
hogar del anciano
se convierte en una subrealidad, un lugar de terror del que los
protagonistas no
pueden escapar. En
la que la bestia guarda celosamente su tesoro; la
casa invisible de un hombre olvidado.
Y
al entrar, los protagonistas aceptan sus normas de juego.